final del año
"Ahora que no hay regulación pasamos por pícaros, pero que la gente se quede tranquila porque este ajuste es necesario"
CLAUDIO BELOCOPITT, presidente de Swiss Medical tras el acuerdo con el gobierno.
Se acaba 2006, un año muy negativo para María Elena, mi mamá, la protagonista involuntaria de este weblog protesta-propuesta. Ayer tuvimos otro susto, un broncoespasmo, con un pico alto de fiebre, que por suerte, superó. Estamos en la peor de las etapas, las de los análisis, previo al tratamiento. Ya pasaron los análisis de sangre y la tomografía computada. Viene, desde el 2 de enero, un centellograma corporal total, con galio 67. Los resultados estarían a partir de la otra semana y ahí, veríamos al especialista, para iniciar el tratamiento.
¿Qué esperamos del 2007? Un poco más de suerte, tener la entereza suficiente para afrontar los desafíos que estén por venir y tener la necesaria perseverancia para no bajar los brazos, ante lo que parece imposible de cambiar.
Hace un par de días, los diarios publicaron el acuerdo al que el llegó el Gobierno con los representantes de las empresas de medicina prepaga (ver “La Nación”, 28/12/06). Dicho “acuerdo” revela el grado de impunidad que tiene esa industria y la falta de voluntad de nuestros dirigentes para ponerlos en caja. Están transfiriendo el riesgo del costo médico al cliente / paciente, a cambio de un aumento “maquillado” para el Índice de Precios al Consumidor. ¿Quién controla que no te bicicleteen con varias consultas innecesarias? ¿Quién que no te demanden análisis clínicos innecesarios? ¿Quién se puede bancar financieramente varios días de internación inesperados? El cliente / consumidor termina perdiendo, siempre.
En estos días de “Sobreviviendo al CEMIC” recibí varios correos de gente conocida y de visitantes anónimos. No importa qué prepaga o institución pública de salud. Las historias se repiten: “A esos hijos de puta les tengo un juicio que se estira como chicle”; “El perito me dibujo el caso y no pude probar nada; entre bueyes no hay cornadas”; “A mi papá, inmovilizado con un derrame cerebral, no quieren autorizarle más sesiones de fisioterapia, porque dicen que total no va a tener mejoría”; “Al mío no le cubrieron los traslados en ambulancia para las sesiones de radiación del cáncer terminal que acabó con su vida”; “Le dijeron que era una falsa alarma y todavía no estaba de parto; lo atrasaron una semana; el bebé murió”; “Hay un genérico para el corazón que le receta el médico que no le hace efecto; cuando lo toma, se descompone. Cada vez que va, le da el mismo, pese a que le dice que no le hace efecto. Tengo que esperar al sábado, que hay una ONG que da remedios gratis en una salita del barrio, para tener el remedio que le hace efecto”.
Todos estos hechos son reales. No los invento. No doy los nombres, por razones obvias. Pero son síntomas de una realidad. Podemos seguir tapando la realidad, pero está ahí. Esa es la situación del sistema de salud en Argentina y ese es el grado de descomposición de la ética médica.
¿Qué caminos tenemos? Uno es cruzarse de brazos, como si fuera una fatalidad inevitable. Resignarse es parte de la complicidad que ellos mismos necesitan, para seguir con esta situación. La otra es indignarse. Indignarse es un principio, porque nos señala que no aceptamos lo incorrecto como algo normal. Es el primer paso para cambiar. El segundo es poner la indignación en acción. De cualquier modo, aunque no dé resultado.
Sé que con esta movida tengo más probabilidad de fracasar que de lograr un cambio. Sin embargo, lo intento. Y creo que es un comienzo. Yo, por lo menos yo, voy a decir que esto está mal. Que esto debe cambiar. Y voy a hacer algo para cambiarlo.
Es un propósito. El propósito para un año que termina y la promesa, la esperanza, de un año que empiece, por lo menos, a cambiar algo.