malas noticias
Finalmente llegaron los resultados de la biopsia y no fueron buenos. Mi mamá, María Elena, tiene un linfoma no Hodgkins, tipo B. No me dio, todavía, para buscar en Internet y reunir información sobre la enfermedad. Sé que es maligna, que se trata con quimio, pero que habrá que ver, en su estado, si es una alternativa a seguir. El martes tiene una cita con un hematólogo del CEMIC para ver como seguimos.
La sensación es de desaliento. En mi caso particular, es más fuerte el cachetazo de “el análisis dio todo bien” de hace unas tres semanas, cuando recibí el informe preliminar de la tomografía computada, mal realizado en el CEMIC. No puedo dejar de comparar el suspiro de alivio de ese momento, el “menos mal” dicho en voz baja, y esta realidad. No tengo aún, respuesta, de la gente de la Dirección de Asistencia Médica del CEMIC, a mi reclamo. No creo que lo tenga, en esta semana.
María Elena, mi mamá, sabe el resultado y lo ha tomado con su característica fortaleza. “Voy a luchar” se propuso “pero si es el final, lo acepto, tuve una buena vida”. Trata de darme fuerza. Mi papá (cumple 81 años en Navidad) no logra entender la magnitud del diagnóstico. Está preocupado, sabe que algo no anda bien, pero juega al “me olvidé lo que me dijiste”, su modo para eludir la realidad. No lo culpo, es entendible. Lo que duele es esa nostalgia del adiós, esa sensación de que cada acto puede ser el último (la última Navidad, el último cumpleaños, el último verano). Duele esta despedida anticipada, prevista, augurada.
Pero mañana, mañana volveremos a luchar.
La sensación es de desaliento. En mi caso particular, es más fuerte el cachetazo de “el análisis dio todo bien” de hace unas tres semanas, cuando recibí el informe preliminar de la tomografía computada, mal realizado en el CEMIC. No puedo dejar de comparar el suspiro de alivio de ese momento, el “menos mal” dicho en voz baja, y esta realidad. No tengo aún, respuesta, de la gente de la Dirección de Asistencia Médica del CEMIC, a mi reclamo. No creo que lo tenga, en esta semana.
María Elena, mi mamá, sabe el resultado y lo ha tomado con su característica fortaleza. “Voy a luchar” se propuso “pero si es el final, lo acepto, tuve una buena vida”. Trata de darme fuerza. Mi papá (cumple 81 años en Navidad) no logra entender la magnitud del diagnóstico. Está preocupado, sabe que algo no anda bien, pero juega al “me olvidé lo que me dijiste”, su modo para eludir la realidad. No lo culpo, es entendible. Lo que duele es esa nostalgia del adiós, esa sensación de que cada acto puede ser el último (la última Navidad, el último cumpleaños, el último verano). Duele esta despedida anticipada, prevista, augurada.
Pero mañana, mañana volveremos a luchar.
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